Colaboración para el Club de Lectura de "La Acequia" dirigido por Pedro Ojeda Escudero.
Leo por segunda vez, Nada, de Carmen Laforet, confieso que la primera vez me impresionó bastante, mucho. Es parte de la vida de la joven Andrea, historia cruda, dura, difícil de roer, y si embargo repetida en la época en que se ubica, España, recién terminada la Guerra Civil. Impacta por la forma de contarla, más efectista con la primera persona, y sospechosamente autobiográfica, aunque Laforet, no lo aclaró. Pero ante todo, lo que más impresiona es la juventud de la autora que fue capaz de escribir una historia así. Fue premio Nadal 1944.
Esta vez estuve más a la defensiva para no dejarme atrapar y ser un poco más objetiva, pero me ha vuelto a conmover. Como suele suceder en las segundas veces, se descubren matices, detalles nuevos. Me sorprende, y fastidia, el comportamiento de Andrea, que dentro de su desgraciada y precaria situación, sea capaz de pasar hambre y gastar su poco dinero en cosas superfluas, dulces, o un ramo de flores para regalar. Caprichos muy caros para ella, en todos los sentidos, quiizás una forma de rebeldía, casi la única, dadas las circunstancias. Consideración mía, o, más bien reproche, muy de madre, y posiblemente también de la suya, si la hubiera tenido. Su ir y venir por los sitios, con la enorme carga de tristeza y decrepitud a cuestas, que lo mismo la hunde en lo más profundo, que parece pasar de puntillas como simple espectadora, por las situaciones difíciles que se viven en la casa, y que al final siempre la salpican dejándola amargamente tocada, esperando algo que no llega, que la vida deje de ser mala.
Esta vez estuve más a la defensiva para no dejarme atrapar y ser un poco más objetiva, pero me ha vuelto a conmover. Como suele suceder en las segundas veces, se descubren matices, detalles nuevos. Me sorprende, y fastidia, el comportamiento de Andrea, que dentro de su desgraciada y precaria situación, sea capaz de pasar hambre y gastar su poco dinero en cosas superfluas, dulces, o un ramo de flores para regalar. Caprichos muy caros para ella, en todos los sentidos, quiizás una forma de rebeldía, casi la única, dadas las circunstancias. Consideración mía, o, más bien reproche, muy de madre, y posiblemente también de la suya, si la hubiera tenido. Su ir y venir por los sitios, con la enorme carga de tristeza y decrepitud a cuestas, que lo mismo la hunde en lo más profundo, que parece pasar de puntillas como simple espectadora, por las situaciones difíciles que se viven en la casa, y que al final siempre la salpican dejándola amargamente tocada, esperando algo que no llega, que la vida deje de ser mala.
Comienza con la llegada de Andrea, a la Barcelona, de la posguerra, a casa de los familiares maternos que la ayudarán el tiempo que esté allí para realizar sus estudios. Demasiado pronto se encuentra con la cruda realidad que se vive en aquellos momentos en casa de sus parientes que delata un pasado de riqueza y bienestar, ahora con habitaciones sucias, muebles amontonados, y en pésimas condiciones, pasando hambre y necesidades, reflejo de la decadencia de la sociedad burguesa.
Después del espanto de los primeros días se va adaptando a duras penas a la patética e inesperada situación que cambia de golpe su vida, haciéndola adulta de la manera más triste y difícil, en aquel ambiente lúgubre y desasosegante que comparte como puede con los demás habitantes de la casa:
La abuela, cariñosa y olvidadiza, a pesar de la edad, pendiente de todos y el único punto de unión de la desastrosa situación familiar. Los tíos, Juan y Román; cada uno con su paranoia particular que les incapacita para el mínimo entendimiento. Artistas frustrados, uno por la situación de penuria de un país en plena posguerra, el otro, por los complejos que sufre al no asumir su falta de facultades. La tía Angustias, que trata de manejar a la joven Andrea, desde el principio, hasta que abandona la casa para ingresar en un convento, dejándole algo más de independencia. Gloria, mujer de Juan, con un pasado turbio que la relaciona con el otro hermano, y que soporta el carácter agrio y los malos tratos de su marido, incluso en presencia del pequeño hijo de ambos, víctima doblemente de la penuria familiar, aunque la abuela se desviva porque nada le falte. Y Antonia; la criada, cosa difícil de comprender contando con la crítica situación económica de la familia, siempre atrincherada en la cocina controlando lo poco que hay para cocinar y limpiar, y ocupando el mucho tiempo de sobra, en espiar a los demás.
Todos, como en un barco sin rumbo y sin esperanza, empujan a Andrea a buscar algo parecido a la normalidad fuera de la casa. Salir a la calle le ayuda a sobrellevar los momentos difíciles, que son todos, y observar a la gente que supone más feliz que ella le distrae y le hace olvidar.
Barcelona, se convierte en un personaje tan importante o más que la casa de la calle Aribau, que Andrea, recuerda vagamente de su niñez y ahora redescubre cada vez que transita por sus calles por obligación o huyendo de la situación cada vez más axfisiante.
La ciudad se va presentando ante ella y le ofrece sus calles como cobijo. Primero en los recorridos a la universidad, ampliándose después en las salidas con los compañeros. Y en una dramática y surrealista "excursión" nocturna acompañando a su tío Juan. Sin darse cuenta vive dos vidas paralelas y muy distintas: la de dentro de la casa, triste dura y decepcionante para una muchacha de su edad. Y la de fuera, con la frescura del aire, el color de los árboles, los jardines, las siluetas de los edificios, la gente que se cruza por las calles. Todo lo vive con la intensidad necesaria para olvidar, procurando, eso sí, no mezclar la una con la otra, para no ensuciar su bonita amistad con Ena, compañera y amiga del alma, que se convierte en el ideal de lo que le gustaría ser y tener. Todo se hunde para ella cuando Ena, entra en su otra vida, la que tanto le avergüenza y le trastorna, interrumpiendo de golpe la parte de amabilidad esporádica de sus días, haciéndola sufrir todavía más que cuando no puede conciliar el sueño por el hambre que le estruja el estómago.
El tiempo que todo lo mide, acabará con esa parte cruel de su vida cuando una mañana fría y en silencio para no despertar a nadie, sale de la casa recordando el día que llegó, en donde esperaba todo, y según creía ella, se iba sin nada.
Termina la novela con un final abierto, esperanzado, "Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí."
Y el lector, que ha "vivido" con ella toda su aventura, añade:
Con ella se va una dura experiencia que la ha de servir para resurgir como un pájaro joven y fuerte que quiere volar de nuevo, a pesar del pegajoso barro en las alas.
Purificación.
La ciudad se va presentando ante ella y le ofrece sus calles como cobijo. Primero en los recorridos a la universidad, ampliándose después en las salidas con los compañeros. Y en una dramática y surrealista "excursión" nocturna acompañando a su tío Juan. Sin darse cuenta vive dos vidas paralelas y muy distintas: la de dentro de la casa, triste dura y decepcionante para una muchacha de su edad. Y la de fuera, con la frescura del aire, el color de los árboles, los jardines, las siluetas de los edificios, la gente que se cruza por las calles. Todo lo vive con la intensidad necesaria para olvidar, procurando, eso sí, no mezclar la una con la otra, para no ensuciar su bonita amistad con Ena, compañera y amiga del alma, que se convierte en el ideal de lo que le gustaría ser y tener. Todo se hunde para ella cuando Ena, entra en su otra vida, la que tanto le avergüenza y le trastorna, interrumpiendo de golpe la parte de amabilidad esporádica de sus días, haciéndola sufrir todavía más que cuando no puede conciliar el sueño por el hambre que le estruja el estómago.
El tiempo que todo lo mide, acabará con esa parte cruel de su vida cuando una mañana fría y en silencio para no despertar a nadie, sale de la casa recordando el día que llegó, en donde esperaba todo, y según creía ella, se iba sin nada.
Termina la novela con un final abierto, esperanzado, "Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí."
Y el lector, que ha "vivido" con ella toda su aventura, añade:
Con ella se va una dura experiencia que la ha de servir para resurgir como un pájaro joven y fuerte que quiere volar de nuevo, a pesar del pegajoso barro en las alas.
Purificación.
"Como sucede casi siempre con la obras escritas por autores muy jóvenes, es una novela autobiográfica, de manera que el mundo atroz que describe Andrea, la protagonista y narradora, debe de estar muy cerca de la realidad vivida por Laforet, de una pesadilla marcada a sangra y lágrimas. Nada, es un cuento cruel, cuando la vida se vuelve mala". Rosa Montero.
(La ilustración de la portada, de Cristina García Ganga, me recuerda a un cuadro de Hopper, que yo admiro mucho, casualidades).