Sucedió el
miércoles pasado, un grupo de amigas y compañeras, querían estrenar el AVE,
haciendo un viaje de ida y vuelta en el día, empezaron a buscar a que sitio ir,
hasta que surgió Valladolid.
-
Si, si, las animé, está muy bien y no se
tarda casi nada.
-Pues podías venirte tú y así nos haces de
guía.
-Yo,
no tengo pensado ir, todavía, ya veré. Y
lo vi. (No me pude negar todas saben que soy de allí).
Miércoles;
a las nueve de la mañana ya estábamos en Chamartín, el grupo en cuestión, ocho en
total. Como era ir y volver en el día, todas ligeras de equipaje menos yo que
decidí aprovechar la ocasión para
quedarme hasta el domingo. Para ir más
libre pensé dejar la maleta en la consigna de la estación hasta que ya
de vuelta de hacer la visita, la recogería y ellas se volverían en el tren de las 19,30.
Todo bien, salvo un pequeño detalle, la consigna estaba cerrada. Así es
que con maleta incluida, empezamos la
visita.
Desde
la Estación al Paseo de Recoletos, Plaza de Zorrilla, Calle de Santiago, Plaza Mayor,
Catedral, Universidad, La Iglesia de la Antigua, Palacio de los Vivero, Museo
Nacional de Escultura, -motivo principal de la visita-, ¡suerte! aquí si tienen consigna para dejar la maleta, con lo cual hice la
visita tranquila y como Dios manda, allí sobre todo. Previa recogida de la maleta, salimos de allí y vamos a San Benito, Patio
Herreriano, plaza del Poniente, unas fotos con Rosa Chacel (la pobre siempre esperando). Nos acercamos a la Rosaleda, sin rosas todavía, una pena. Y ya puestas nos asomamos al
Pisuerga, es natural “aprovechando que pasaba por allí mismo”. Hacemos un alto para comer cerca de la Plaza Mayor, la suerte nos pone delante un letrero que dice "los miércoles cocido". Adentro. Estaba buenísimo.
Ni que decir tiene que las compis se turnaron
cuando les empecé a dar pena tirando de la puñeteramaleta. El día no pudo ser
más desagradable y cuando estábamos dentro del Palacio de Santa Cruz viendo una exposición sobre la cultura de África, empezó a diluviar. Allí la maleta se
quedó en la entrada de la sala a la vista de la cuidadora porque me dio no se qué entrar con ella, aparte del ruidito que hacía
en el cuidado suelo de madera, la pobre se podía
asustar con los señores llenos de plumas y lanzas que allí se exhiben
en absoluta penumbra.
Y sin dejar de llover ya de vuelta hacia la estación, pasamos, sin entrar, porque estaba cerrado, por la otra, casa de Cervantes.
Domingo; nueve de la mañana, de vuelta a Chamartín.
Calle de la Estación, ni un alma por la calle,
perdón, el único alma que había en la calle venía justo hacia mi, y yo, desconfiada por naturaleza no le quito
el ojo de encima y por si acaso vigilo sus movimientos. Cuando ya le tuve
cerca: hombre joven, descuidado, con una mochila mugrienta y un envoltorio que podía ser el
colchón de dormir en cualquier sitio, me miró fijamente con una expresión de
indiferencia y desdén, así como… “te
perdono la vida porque estoy cansado, que si no". Eso traducido al instante por mi, es igual a: me da un porrazo, caigo para atrás
y del golpe casi me rompo la “crisma” y
ya en el suelo por la rayita de luz que me queda antes de llegar al todo negro, veo como me arranca el bolso y se lleva la puñeteramaleta.
Empieza
a moverse el tren, en el alero que queda por encima de mi cabeza, cómodamente instalada, con las ruedas muy perjudicadas, pero hartita de cultura, -ella-,
aprovecha para echarse una "minisiesta", esto es el AVE, querida.
Puri Merino.
Fotos: P. Merino.