domingo, 30 de diciembre de 2012

La secuela admirable, de una emocionante lectura

   "Aquella fue la única vez que le oí decir a Atticus que ésta o aquella acción fuese pecado, e interrogué a miss  Maudie sobre el caso.   -Tu padre tiene razón  -me respondió-. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor".

Es sólo un apunte por mi parte, un recuerdo antes de que acabe este año, 2012, en que se cumple el cincuentenario de esta maravillosa película, basada  en la novela que Harper Lee, había escrito tan solo dos años antes. 
 De mis lecturas de adolescencia, uno de los libros que me emocionó y que no olvidé, fue "Matar a un ruiseñor". Después,  la película, esa otra manera de contar historias, que  añadió más emoción si cabe, a esta historia contada con  la inocencia y  el desparpajo de Jean Louise Finch,  para todos  Scout, acompañada de Jem, su hermano mayor, los dos hijos  del protagonista; el abogado, Atticus Finch, un hombre viudo que hace lo que puede por aducar a sus hijos con la inestimable ayuda de Calpurnia, su criada y que lucha por  imponer la justicia en una pequeña comunidad de Alabama.  Y a las dificultades  que se enfrenta  cuando tiene que investigar un caso con marcados tintes raciales.

"...Las manos de mi padre estaban debajo de mi barbilla, subiendo la manta y arropándome bien. 
-La mayoría de personas lo son, Scout, cuando por fin las ves.
Atticus apagó la luz y se volvió al cuarto de Jem. Allí estaría toda la noche; allí estaría cuando Jem  despertase por la mañana."

Matar a un ruiseñor.  Harper Lee. (1960)
Premio Pulitzer 1961.



Se dice que la autora, en este libro le hace un guiño a su amigo de juventud Truman Capote, que le inspiró el personaje del amigo de los niños, y un homenaje explícito a su padre.
También se dijo en su momento, que en el rodaje tuvieron dificultades cuando en el encuadre tenían que aparecer la altura elegante de Gregory Peck y la  pequeña estatura de la encantadora niña que encarnaba a su hija.

Gregory Peck; famoso actor e  interprete de un sinfín de películas,  a pesar de haberse metido en la piel de  multitud de personajes, a mí siempre me recuerda a la figura de Atticus Finch, en el porche de su casa, sacando el reloj del bolsillo del chaleco de su impecable traje gris...
Es de suponer que sin el libro no hubiera existido la película, pero es claro que la película (cosa no muy habitual) engrandeció al libro.

 La película lleva el mismo título que la novela "Matar a un ruiseñor" y se rodó en 1962.
Obtuvo 3 oscars; mejor actor, Gregory Peck. Guión adaptado, Horton Foote. Dirección artística, Robert Mulligan.



 En el mes de abril  de este año, el presidente Obama, rindió homenaje a esta gran película en la Casa Blanca, por cumplirse el  medio siglo de "Matar a un ruiseñor". 

Foto del film: Internet.

 P. Merino.                
Por si fuera conveniente, para la sección de "nuestras lecturas" de -La Acequia-, de Pedro Ojeda.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Un árbol con cariño.





Este árbol tan original ha sido el adorno navideño del CEPA.  DON  JUAN I. Lo organizó como todos los años la Asociación de Antiguos Alumnos, a la que pertenezco.
Está compuesto  por tablillas con pruebas de color que hicimos en las clases de Pintura.  Ha gustado a todos, y nosotros contentas y orgullosas  del trabajo. La anécdota es que se cayó un día antes de terminar las clases. Pero ya habíamos hecho las fotos.
¡Y TENÍA QUE ENSEÑARLO!





Detalles de las tablillas

FELIZ NAVIDAD

Fotos P. Merino

martes, 18 de diciembre de 2012

Todos juntos.




Han salido y han entrado  de la caja,  cuarenta veces.  Nunca se me cayó ninguno, lo más que han necesitado además de mucho cuidado, una pincelada de vez en cuando para disimular los roces. Siempre juntos y por mucho que relate el Papa, no los voy a separar.

Con ellos os deseo una Feliz Navidad.
Y mucha suerte para este año incierto.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Memorias de una lectura muy particular.



            En la entrada anterior dedicada al “Placer de la Lectura”, no hago ninguna referencia al Quijote, quizá porque me centré en una época  demasiado concreta, y me emocioné hurgando en la infancia y todo lo demás. Del Libro, diré que hasta entonces  sólo había leído algún capítulo  suelto. Y llegado el momento fue una lectura muy  peculiar, en un Club de Lectura, y sólo para el libro de Cervantes. Él  siempre se  merece un capítulo aparte.
El Quijote, lo leí,  lo leímos, en  voz alta en la Biblioteca Municipal,  Cardenal Cisneros,  un grupo de compañeras y yo, dirigía el Club de Lectura, nuestro antiguo profesor de Literatura,  P. M.Talaván.  Para ello, nos cedieron el salón de actos de la biblioteca. Fue en el año 2004, entremedias nos sorprendió la tragedia de  los  atentados de Atocha, y el triste protagonismo que tuvo nuestra ciudad, hasta entonces  relacionada sobre todo con Cervantes. Hecho, que interfirió como era inevitable en nuestras  interesantes y plácidas mañanas de lectura y que ya será difícil disociar.
Cuando terminamos la primera parte, a mí se me ocurrió esta breve y surrealista   reflexión,  que cuenta muy por encima  las sensaciones, las imágenes que iba dejando la lectura, y que  necesitaba esta aclaración
(Lo encontré algo tarde para incorporarlo al  “Placer de la Lectura” de la Acequia,  de todas formas lo dejo aquí):



            Otra vez aquí, en la estancia silenciosa y vacía que nos prestan un día a la semana para disfrutar  de la lectura. No nos arropan ni nos protegen paredes llenas de libros de arriba abajo, -los tenemos al final del pasillo- pero su estratégica situación  nos aísla del mundo exterior para disfrutar y apreciar  mejor el  libro que esta temporada tenemos entre manos. Entre manos, en la cabeza y en la boca cuando sacamos las conclusiones pertinentes, o se nos aclara algo de lo mucho que hay que aclarar, también en el gesto, porque a veces la ironía y la doble intención, nos hace, algo más, que sonreír.
            La sala es poco acogedora,  porque es muy grande  -o nosotros somos muy pocos-, sombría e impersonal. Las paredes altas, oscuras y brillantes donde rebotan con más facilidad las palabras, hasta quedarse desmayadas por encima de las sillas, y esperar allí quietas, lo justo hasta que nos vean salir.
            Y así  D. Quijote y Sancho Panza pululan por entre los espacios, van de pared a pared, suben al techo, bajan y taconean por el suelo con la misma facilidad que nosotros nos adentramos en su mundo  cuando imaginamos que esta espaciosa habitación, unas veces tiene una ventana por la que echar por ella lo que no nos gusta. Otras se convierte en la Venta, con ventero, cura y sobrina incluida, o en los parajes fantasmales en la noche de de los batanes donde Sancho y D. Quijote casi se convierten en pareja de hecho, por la proximidad que obliga el miedo. También caben aquí los campos manchegos  por donde circulan cabreros, pastores, amantes despechados, mujeres imaginadas, mujeres reales, damas, pastoras incomprendidas por ser bellas, novios suicidas etc…
            En la esquina que nos queda más lejos, donde nunca nos acercamos, sentimos los manteos, atropellos, comidas frugales, conversaciones divertidas, párrafos maravillosos, sueños de grandeza, promesas incumplidas, mucho sentido del humor, en fin, la vida misma.Todo aquí puede suceder, sólo es necesario entrar, leer, o escuchar.
            Aunque parezca que estamos en un búnker creado por nosotros mismos, para que nadie nos distraiga ni nos interrumpa; Sin querer, acontecimientos que pasaron  fuera, se nos colaron por las finas rendijas que dejan las puertas, o lo trajimos nosotros como un polizón  herido de muerte. Y queriendo, nos involucramos en ellos, apartando a ratos de nuestra atención al caballero de la Triste Figura y su fiel servidor, dando un golpe de libro y entrando,  a veces,  apasionadamente en el tema en cuestión, provocando serias diferencias que el tiempo a veces soluciona, y otras, no se sabe.
            Además de disfrutar  de las continuas aventuras de esta necesaria y complementaria “pareja”,   a la  vez nos sirven de plataforma para contar otras historias y llenar  el hueco que pudiera restar el interés del desocupado lector, y en ocasiones, para dar rienda suelta a la imaginación propia y escribir cosas breves de aprendizaje de escritor, aunque Cervantes lo puso tan difícil, que es más positivo considerarlo un juego, un pasatiempo, un desahogo y quizá sin saberlo una necesidad.

Esta es la memoria de mi memoria; eso tan frágil y tan necesario para poder decir que el curso que termina hemos vivido una interesante experiencia gracias a D. Quijote,  ¿o a Cervantes?

  P.Merino                                                            Junio de 2004

Imagen Internet                                      

jueves, 6 de diciembre de 2012

"El placer de la lectura"

Para la propuesta de Pedro Ojeda, La Acequia, sobre "El placer de la lectura"

Mis primeras lecturas, sin leer.

Mis comienzos con la lectura son algo confusos. Cuentos infantiles de forma tangible, no recuerdo tener,  pero sí los poemas que mi madre recitaba para entretenernos mientras hacía otras cosas.

 “He dormido esta noche en el campo,
 con el niño que cuida mis vacas
y se quiso quitar ¡pobrecillo!
su blusita y hacer mi almohada

(Con  una  entonación dramática tan conveniente, que a veces nos hacía llorar).
Creo que para élla era un pasatiempo, al que nosotros (mis hermanos y yo) no le dábamos importancia, y aunque nunca nos hizo repetirlo para que lo aprendiéramos,  distraídamente las palabras se quedaron por allí acompañadas del  soniquete conocido, que no le restaban ningún atractivo porque  hablaba de cosas que no éramos capaces de imaginar. Palabras  que sonaban  bien y  debían querer decir cosas  hermosas,  quizá por eso  se quedaron enredadas en algún soporte invisible y resistente de nuestro ser,  hasta hoy.
 Palabras, a veces  mágicas para una mente infantil, que podrían ser el bálsamo para curar una  buena rabieta:
“La Princesa está triste, ¿qué tendrá la Princesa?”...

Y curada la herida, un premio:
 “Margarita te voy a contar un cuento
(Y la retahíla  de cosas lejanas y maravillosas que  venían después)
Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes”…

O las veces que  la cocina se convertía en un  jardín muy particular.
Era un jardín sonriente, era una tranquila fuente de cristal,
y era a su borde asomada una flor inmaculada de un rosal”… 

Con lo que Gabriel y Galán, Rubén Darío, o, los hermanos Álvarez Quintero, fueron los autores, que  yo recuerde, de  nuestros  “primeros  libros”. En realidad fueron las lecturas de juventud de mi madre, supuestamente sus preferidas, y que gracias a su buena memoria,  suplían las carencias de libros en casa. Sólo un pequeño diccionario, para consultar sus  dudas, que tiempo después yo usaba como distracción, además de  buscar palabras y contemplar los dibujos; un  pequeño tesoro.
Poco después o entremedias, los cuentos de Hadas, y del Capitán Trueno, gracias a que  por unos céntimos se podían cambiar por otros que no  hubiéramos leído, con la condición de que  estuvieran en el mismo estado de decrepitud. Además de las lecturas que se hacían en los libros del colegio, sin faltar claro, el Catecismo del Padre Astete, y el gran "best- seller"  de aquéllos tiempos, en los libros de aprender o de enseñar, según se mire, la Enciclopedia Álvarez, 1º, 2º y 3º grado.
  

 Las lecturas


Después  una laguna muy grande, con nada que recordar,  hasta que llegaron mejores tiempos y ya en la adolescencia, los libros empezaron a llegar a casa por obra  y gracia  de la cuota bimensual del Club de Lectores.
Ahí empezó verdaderamente, mi relación con la Lectura, a salto de mata, y de forma un poco salvaje. Leía con interés, pero con el  des-orden, en cuanto a los títulos se refiere, en que  iban llegando. “Ana Karenina”, "Platero y yo”, “ Madame Bovary”, “Viento del Este, viento del Oeste”, “Los cipreses creen en Dios”, “La familia de Pascual Duarte”, “Malinche”, “Réquiem por un campesino español”, “Cumbres borrascosas”, “La sonrisa etrusca”, “El camino”… “Pantaleón y las visitadora”, “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” “La montaña mágica”  y muchos más que no recuerdo. 

Entre todos  están  esos que  no se quedan  en la memoria,  libros que  son menos importantes literariamente (eso se descubre después)  pero tienen el valor de ser parte necesaria para no perder el hábito y  buscar el siguiente. Y  de vez en cuando llegan esos que sin saber porqué  impactan y se   recuerdan   especialmente, por ejemplo: “Nada”, de Carmen Laforet,  por la manera de tratar el tema, (la guerra civil) y por la juventud de la autora en el momento que lo escribió; “León el Africano”, de Amín Maalouf, historia de la  Reconquista, desde el punto de vista de los reconquistados; “Malinche”, de Jane Lewis Brandt,  maravilloso libro épico de la conquista de Méjico por Hernán Cortés; Los Cuentos, de Cortázar; La Tía Tula, de Unamuno; Confieso que he vivido, de Neruda, fue por un tiempo, visitado muchas veces por mí, eso que llaman "libro de cabecera".
Pero a la larga los datos y los títulos de los libros es lo que menos importa, lo importante es el mágico momento  en que la historia que cuenta el libro te hace olvidar  todo lo demás.
El tiempo que  se dedica a la lectura va por etapas, según las circunstancias y los  quehaceres del momento,  de eso, y un poco la dejadez, también depende la asiduidad.

Para mi han sido muy interesantes los Clubes de Lectura. Ayudan sobre todo   a comprender  y ser más críticos con lo leído, a expresar y contrastar las opiniones, las propias y las ajenas y a la vez  apreciar  las posibilidades  que  una historia  puede tener,  tantas y tan diferentes  como  personas  participen en la reunión.  Sigo leyendo, ahora menos. Y también escribo, como Dios o quien sea, me da a entender  y gracias  a lo que  me enseñaron los  profesores que me he ido encontrando por los sitios de aprender, (primero, Pedro  Talaván, en el C.E.P.A.  D. Juan I  y después Francisco Martínez Morán en el Taller de Escritura de la U.A.H.) y siempre  de la manera más desinteresada   la influencia y la importancia de la lectura. 


 Aunque ahora sólo recuerde  una parte de todo lo leído,  todas las lecturas han sido importantes, pero las primeras, las orales como en  los tiempos antiguos, y  que no ocupan lugar  en ninguna estantería  siguen sin deteriorarse, siguen como el primer día.
 P. Merino.                     
Ilustración: Amy Sol
Fotografía: Cristopher Stott