domingo, 30 de diciembre de 2012

La secuela admirable, de una emocionante lectura

   "Aquella fue la única vez que le oí decir a Atticus que ésta o aquella acción fuese pecado, e interrogué a miss  Maudie sobre el caso.   -Tu padre tiene razón  -me respondió-. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor".

Es sólo un apunte por mi parte, un recuerdo antes de que acabe este año, 2012, en que se cumple el cincuentenario de esta maravillosa película, basada  en la novela que Harper Lee, había escrito tan solo dos años antes. 
 De mis lecturas de adolescencia, uno de los libros que me emocionó y que no olvidé, fue "Matar a un ruiseñor". Después,  la película, esa otra manera de contar historias, que  añadió más emoción si cabe, a esta historia contada con  la inocencia y  el desparpajo de Jean Louise Finch,  para todos  Scout, acompañada de Jem, su hermano mayor, los dos hijos  del protagonista; el abogado, Atticus Finch, un hombre viudo que hace lo que puede por aducar a sus hijos con la inestimable ayuda de Calpurnia, su criada y que lucha por  imponer la justicia en una pequeña comunidad de Alabama.  Y a las dificultades  que se enfrenta  cuando tiene que investigar un caso con marcados tintes raciales.

"...Las manos de mi padre estaban debajo de mi barbilla, subiendo la manta y arropándome bien. 
-La mayoría de personas lo son, Scout, cuando por fin las ves.
Atticus apagó la luz y se volvió al cuarto de Jem. Allí estaría toda la noche; allí estaría cuando Jem  despertase por la mañana."

Matar a un ruiseñor.  Harper Lee. (1960)
Premio Pulitzer 1961.



Se dice que la autora, en este libro le hace un guiño a su amigo de juventud Truman Capote, que le inspiró el personaje del amigo de los niños, y un homenaje explícito a su padre.
También se dijo en su momento, que en el rodaje tuvieron dificultades cuando en el encuadre tenían que aparecer la altura elegante de Gregory Peck y la  pequeña estatura de la encantadora niña que encarnaba a su hija.

Gregory Peck; famoso actor e  interprete de un sinfín de películas,  a pesar de haberse metido en la piel de  multitud de personajes, a mí siempre me recuerda a la figura de Atticus Finch, en el porche de su casa, sacando el reloj del bolsillo del chaleco de su impecable traje gris...
Es de suponer que sin el libro no hubiera existido la película, pero es claro que la película (cosa no muy habitual) engrandeció al libro.

 La película lleva el mismo título que la novela "Matar a un ruiseñor" y se rodó en 1962.
Obtuvo 3 oscars; mejor actor, Gregory Peck. Guión adaptado, Horton Foote. Dirección artística, Robert Mulligan.



 En el mes de abril  de este año, el presidente Obama, rindió homenaje a esta gran película en la Casa Blanca, por cumplirse el  medio siglo de "Matar a un ruiseñor". 

Foto del film: Internet.

 P. Merino.                
Por si fuera conveniente, para la sección de "nuestras lecturas" de -La Acequia-, de Pedro Ojeda.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Un árbol con cariño.





Este árbol tan original ha sido el adorno navideño del CEPA.  DON  JUAN I. Lo organizó como todos los años la Asociación de Antiguos Alumnos, a la que pertenezco.
Está compuesto  por tablillas con pruebas de color que hicimos en las clases de Pintura.  Ha gustado a todos, y nosotros contentas y orgullosas  del trabajo. La anécdota es que se cayó un día antes de terminar las clases. Pero ya habíamos hecho las fotos.
¡Y TENÍA QUE ENSEÑARLO!





Detalles de las tablillas

FELIZ NAVIDAD

Fotos P. Merino

martes, 18 de diciembre de 2012

Todos juntos.




Han salido y han entrado  de la caja,  cuarenta veces.  Nunca se me cayó ninguno, lo más que han necesitado además de mucho cuidado, una pincelada de vez en cuando para disimular los roces. Siempre juntos y por mucho que relate el Papa, no los voy a separar.

Con ellos os deseo una Feliz Navidad.
Y mucha suerte para este año incierto.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Memorias de una lectura muy particular.



            En la entrada anterior dedicada al “Placer de la Lectura”, no hago ninguna referencia al Quijote, quizá porque me centré en una época  demasiado concreta, y me emocioné hurgando en la infancia y todo lo demás. Del Libro, diré que hasta entonces  sólo había leído algún capítulo  suelto. Y llegado el momento fue una lectura muy  peculiar, en un Club de Lectura, y sólo para el libro de Cervantes. Él  siempre se  merece un capítulo aparte.
El Quijote, lo leí,  lo leímos, en  voz alta en la Biblioteca Municipal,  Cardenal Cisneros,  un grupo de compañeras y yo, dirigía el Club de Lectura, nuestro antiguo profesor de Literatura,  P. M.Talaván.  Para ello, nos cedieron el salón de actos de la biblioteca. Fue en el año 2004, entremedias nos sorprendió la tragedia de  los  atentados de Atocha, y el triste protagonismo que tuvo nuestra ciudad, hasta entonces  relacionada sobre todo con Cervantes. Hecho, que interfirió como era inevitable en nuestras  interesantes y plácidas mañanas de lectura y que ya será difícil disociar.
Cuando terminamos la primera parte, a mí se me ocurrió esta breve y surrealista   reflexión,  que cuenta muy por encima  las sensaciones, las imágenes que iba dejando la lectura, y que  necesitaba esta aclaración
(Lo encontré algo tarde para incorporarlo al  “Placer de la Lectura” de la Acequia,  de todas formas lo dejo aquí):



            Otra vez aquí, en la estancia silenciosa y vacía que nos prestan un día a la semana para disfrutar  de la lectura. No nos arropan ni nos protegen paredes llenas de libros de arriba abajo, -los tenemos al final del pasillo- pero su estratégica situación  nos aísla del mundo exterior para disfrutar y apreciar  mejor el  libro que esta temporada tenemos entre manos. Entre manos, en la cabeza y en la boca cuando sacamos las conclusiones pertinentes, o se nos aclara algo de lo mucho que hay que aclarar, también en el gesto, porque a veces la ironía y la doble intención, nos hace, algo más, que sonreír.
            La sala es poco acogedora,  porque es muy grande  -o nosotros somos muy pocos-, sombría e impersonal. Las paredes altas, oscuras y brillantes donde rebotan con más facilidad las palabras, hasta quedarse desmayadas por encima de las sillas, y esperar allí quietas, lo justo hasta que nos vean salir.
            Y así  D. Quijote y Sancho Panza pululan por entre los espacios, van de pared a pared, suben al techo, bajan y taconean por el suelo con la misma facilidad que nosotros nos adentramos en su mundo  cuando imaginamos que esta espaciosa habitación, unas veces tiene una ventana por la que echar por ella lo que no nos gusta. Otras se convierte en la Venta, con ventero, cura y sobrina incluida, o en los parajes fantasmales en la noche de de los batanes donde Sancho y D. Quijote casi se convierten en pareja de hecho, por la proximidad que obliga el miedo. También caben aquí los campos manchegos  por donde circulan cabreros, pastores, amantes despechados, mujeres imaginadas, mujeres reales, damas, pastoras incomprendidas por ser bellas, novios suicidas etc…
            En la esquina que nos queda más lejos, donde nunca nos acercamos, sentimos los manteos, atropellos, comidas frugales, conversaciones divertidas, párrafos maravillosos, sueños de grandeza, promesas incumplidas, mucho sentido del humor, en fin, la vida misma.Todo aquí puede suceder, sólo es necesario entrar, leer, o escuchar.
            Aunque parezca que estamos en un búnker creado por nosotros mismos, para que nadie nos distraiga ni nos interrumpa; Sin querer, acontecimientos que pasaron  fuera, se nos colaron por las finas rendijas que dejan las puertas, o lo trajimos nosotros como un polizón  herido de muerte. Y queriendo, nos involucramos en ellos, apartando a ratos de nuestra atención al caballero de la Triste Figura y su fiel servidor, dando un golpe de libro y entrando,  a veces,  apasionadamente en el tema en cuestión, provocando serias diferencias que el tiempo a veces soluciona, y otras, no se sabe.
            Además de disfrutar  de las continuas aventuras de esta necesaria y complementaria “pareja”,   a la  vez nos sirven de plataforma para contar otras historias y llenar  el hueco que pudiera restar el interés del desocupado lector, y en ocasiones, para dar rienda suelta a la imaginación propia y escribir cosas breves de aprendizaje de escritor, aunque Cervantes lo puso tan difícil, que es más positivo considerarlo un juego, un pasatiempo, un desahogo y quizá sin saberlo una necesidad.

Esta es la memoria de mi memoria; eso tan frágil y tan necesario para poder decir que el curso que termina hemos vivido una interesante experiencia gracias a D. Quijote,  ¿o a Cervantes?

  P.Merino                                                            Junio de 2004

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jueves, 6 de diciembre de 2012

"El placer de la lectura"

Para la propuesta de Pedro Ojeda, La Acequia, sobre "El placer de la lectura"

Mis primeras lecturas, sin leer.

Mis comienzos con la lectura son algo confusos. Cuentos infantiles de forma tangible, no recuerdo tener,  pero sí los poemas que mi madre recitaba para entretenernos mientras hacía otras cosas.

 “He dormido esta noche en el campo,
 con el niño que cuida mis vacas
y se quiso quitar ¡pobrecillo!
su blusita y hacer mi almohada

(Con  una  entonación dramática tan conveniente, que a veces nos hacía llorar).
Creo que para élla era un pasatiempo, al que nosotros (mis hermanos y yo) no le dábamos importancia, y aunque nunca nos hizo repetirlo para que lo aprendiéramos,  distraídamente las palabras se quedaron por allí acompañadas del  soniquete conocido, que no le restaban ningún atractivo porque  hablaba de cosas que no éramos capaces de imaginar. Palabras  que sonaban  bien y  debían querer decir cosas  hermosas,  quizá por eso  se quedaron enredadas en algún soporte invisible y resistente de nuestro ser,  hasta hoy.
 Palabras, a veces  mágicas para una mente infantil, que podrían ser el bálsamo para curar una  buena rabieta:
“La Princesa está triste, ¿qué tendrá la Princesa?”...

Y curada la herida, un premio:
 “Margarita te voy a contar un cuento
(Y la retahíla  de cosas lejanas y maravillosas que  venían después)
Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes”…

O las veces que  la cocina se convertía en un  jardín muy particular.
Era un jardín sonriente, era una tranquila fuente de cristal,
y era a su borde asomada una flor inmaculada de un rosal”… 

Con lo que Gabriel y Galán, Rubén Darío, o, los hermanos Álvarez Quintero, fueron los autores, que  yo recuerde, de  nuestros  “primeros  libros”. En realidad fueron las lecturas de juventud de mi madre, supuestamente sus preferidas, y que gracias a su buena memoria,  suplían las carencias de libros en casa. Sólo un pequeño diccionario, para consultar sus  dudas, que tiempo después yo usaba como distracción, además de  buscar palabras y contemplar los dibujos; un  pequeño tesoro.
Poco después o entremedias, los cuentos de Hadas, y del Capitán Trueno, gracias a que  por unos céntimos se podían cambiar por otros que no  hubiéramos leído, con la condición de que  estuvieran en el mismo estado de decrepitud. Además de las lecturas que se hacían en los libros del colegio, sin faltar claro, el Catecismo del Padre Astete, y el gran "best- seller"  de aquéllos tiempos, en los libros de aprender o de enseñar, según se mire, la Enciclopedia Álvarez, 1º, 2º y 3º grado.
  

 Las lecturas


Después  una laguna muy grande, con nada que recordar,  hasta que llegaron mejores tiempos y ya en la adolescencia, los libros empezaron a llegar a casa por obra  y gracia  de la cuota bimensual del Club de Lectores.
Ahí empezó verdaderamente, mi relación con la Lectura, a salto de mata, y de forma un poco salvaje. Leía con interés, pero con el  des-orden, en cuanto a los títulos se refiere, en que  iban llegando. “Ana Karenina”, "Platero y yo”, “ Madame Bovary”, “Viento del Este, viento del Oeste”, “Los cipreses creen en Dios”, “La familia de Pascual Duarte”, “Malinche”, “Réquiem por un campesino español”, “Cumbres borrascosas”, “La sonrisa etrusca”, “El camino”… “Pantaleón y las visitadora”, “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” “La montaña mágica”  y muchos más que no recuerdo. 

Entre todos  están  esos que  no se quedan  en la memoria,  libros que  son menos importantes literariamente (eso se descubre después)  pero tienen el valor de ser parte necesaria para no perder el hábito y  buscar el siguiente. Y  de vez en cuando llegan esos que sin saber porqué  impactan y se   recuerdan   especialmente, por ejemplo: “Nada”, de Carmen Laforet,  por la manera de tratar el tema, (la guerra civil) y por la juventud de la autora en el momento que lo escribió; “León el Africano”, de Amín Maalouf, historia de la  Reconquista, desde el punto de vista de los reconquistados; “Malinche”, de Jane Lewis Brandt,  maravilloso libro épico de la conquista de Méjico por Hernán Cortés; Los Cuentos, de Cortázar; La Tía Tula, de Unamuno; Confieso que he vivido, de Neruda, fue por un tiempo, visitado muchas veces por mí, eso que llaman "libro de cabecera".
Pero a la larga los datos y los títulos de los libros es lo que menos importa, lo importante es el mágico momento  en que la historia que cuenta el libro te hace olvidar  todo lo demás.
El tiempo que  se dedica a la lectura va por etapas, según las circunstancias y los  quehaceres del momento,  de eso, y un poco la dejadez, también depende la asiduidad.

Para mi han sido muy interesantes los Clubes de Lectura. Ayudan sobre todo   a comprender  y ser más críticos con lo leído, a expresar y contrastar las opiniones, las propias y las ajenas y a la vez  apreciar  las posibilidades  que  una historia  puede tener,  tantas y tan diferentes  como  personas  participen en la reunión.  Sigo leyendo, ahora menos. Y también escribo, como Dios o quien sea, me da a entender  y gracias  a lo que  me enseñaron los  profesores que me he ido encontrando por los sitios de aprender, (primero, Pedro  Talaván, en el C.E.P.A.  D. Juan I  y después Francisco Martínez Morán en el Taller de Escritura de la U.A.H.) y siempre  de la manera más desinteresada   la influencia y la importancia de la lectura. 


 Aunque ahora sólo recuerde  una parte de todo lo leído,  todas las lecturas han sido importantes, pero las primeras, las orales como en  los tiempos antiguos, y  que no ocupan lugar  en ninguna estantería  siguen sin deteriorarse, siguen como el primer día.
 P. Merino.                     
Ilustración: Amy Sol
Fotografía: Cristopher Stott

martes, 20 de noviembre de 2012

No mezclar


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            El color azul tiñe mucho, -se dijo mientras pintaba- con una pequeña cantidad de pintura,  podrá  pintar casi todo el mar, mezclado con un poco de blanco y una pizca de carmín simular la lejanía, y con unos toques generosos de blanco puro; la  espuma blanquísima de las olas al chocar contra las rocas, dejando clara y precisa la cercanía del primer plano. 

            Unos pasos para atrás para tener perspectiva. El  cuadro  es   una ventana por la que esta vez se ve el mar.

              En un descanso, y para distraer su vista y su pensamiento,  a veces lee el libro que  tiene  entre manos, y que ahora mismo la tiene acongojada, “se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente y se abre la navaja, y con ella bien abierta se llega descalzo hasta la cama donde duerme el enemigo”… afirma Pascual,   atribulado y trágico.
            No sabe porque peregrina razón ella cree  que no hay que mezclar  los problemas ni las preocupaciones. Es imprescindible colocarlos en el pensamiento, en paquetes bien cerrados y  separados  y nunca abrir más de uno a la vez,  -o te volverás loca-.
            Por eso después de leer un rato al Cela tremendista, deja a un lado la historia dura y cruel, sin una mañana alegre,  ni un recuerdo confortador, ni siquiera una licencia a la amabilidad y al sosiego en la vida de Pascual Duarte.
            Vuelve al cuadro para seguir pintando, y respira relajada ante tal serena magnitud. Aquí también hay violencia –pensó- la del agua contra las rocas, y el ruido infernal que provoca el choque, después viene la recompensa del cielo raso hermoso y azul, el mar en calma, de otro azul parecido pero distinto, y las rocas esperando pacientes el golpe del agua, como un abrazo violento y necesario.
            Así como Pascual, vive y respira la violencia por todos los poros de su piel; la de fuera y la suya propia, la interior, y  necesita como las olas, chocar contra algo duro y resistente  que lo detenga y diluya su odio contenido, empapando la tierra antes de que se tiña de rojo toda la inmensidad.
            Enorme descuido;  pensó en  dos cosas a la vez.  El rojo sangre  se mezcló con el azul ultramar  y sin remedio se convirtió en el color del martirio, y  la  muerte sin remisión.

 P. Merino
Pintura: Piet Mondrián

            

domingo, 11 de noviembre de 2012

Para ir pasando el trago

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            Hoy tengo un día de esos… y no es lo que están pensando, no tiene nada que ver con el complejo lío hormonal  exclusivo del género femenino, les juro que no es el caso.
-No sé, hacer algo que se note  que quiero  convertirme  en una transgresora nata, inconformista  impactante, salirme del tiesto, mejor, del “camino de perfección”  tan bien asentado  e incrustado en la educación y costumbres  de toda  una generación,  la mía-.

            Y Empecé  a  pensar en cosas como teñirme el pelo rubio platino con unas mechitas verdes. Vestirme de licra de arriba abajo, con todo tipo de complementos  como una  “choni”, “poligonera” cualquiera.  ¿Echarme un novio veinte años más joven? Alimentarme de congelados y bollería industrial, eso sí, que sean  light, y no volver a coger una sartén a o no ser  que sea para defenderme.  Hacerme socia del gimnasio de la esquina, hasta conseguir  ser una musculosa señora en forma,  de aspecto saludable y espíritu joven, cual “yayafluta”  preparada para  luchar por este  futuro incierto.  Y motera, si me dan los  ahorros.  Ser la sensación del bloque del barrio,  da  igual si  me siento satisfecha,  porque por fin  se han dado cuenta de que yo  también  estoy hasta el moño y me tomo al pie de la letra eso de  que “si quieres que algo cambie, cambia tú”.
            Después de todo este trajín,  que me deja hecha unos zorros  con solo pensarlo,  y mientras me decido,  hoy que toca cambiar las  sábanas,   en  un arrebato sin control hago lo que mi madre  diría  que es un pecado  imperdonable, ni  siquiera  con una confesión dios-mediante;  pongo  las sábanas   ¡sin planchar!. Un gran atrevimiento para empezar a ser una pasota que quiere  borrar los límites, esos que no se ven.  .
             - ¡Tampoco es para tanto!
             - Eso lo dice usted  porque no es de la quinta  del  “camino de perfección”.


            En realidad no era esto lo que quería escribir ni lo que me gustaría cambiar, y  me distraje adrede,  aprovechando un pequeño resquicio  entre lo muy  importante, ridiculizándome yo misma. Que es mejor  de vez en cuando gastar las energías  en cosas banales, y  no tanto, en pensar en las preocupaciones  que nos acechan y nos indignan  diariamente  y que no voy a enumerar. (Pero es superior a mí,  hay dos que casi se escriben solas  PARO, DESAHUCIOS)  Y no porque  sea mejor mirar para otro lado, o hacerse la  loca, no; si no porque ha  de haber  de todo y hoy sólo pretendía una entrada amable. Aunque  ya no sé hasta que punto el buen humor ¿ironía, sarcasmo? puede ser compatible con todo lo demás.

             Para darle  categoría a lo que uno escribe, de vez en cuando no queda más remedio que recurrir a las citas de los sabios, hoy le tomo prestada esta frase  a mi admirada paisana.

“Claro que hay que romper las  barreras,  pero ¿con qué ariete”? 
                                                                                      Rosa Chacel 


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 P. Merino

                                                                                                                                  

miércoles, 31 de octubre de 2012

Flechazos



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    Amanda, pensaba en que cuando fuera mayor, no pararía hasta encontrar a aquél muchacho de aspecto triste que la miraba fijamente mientras le ponía gasolina al coche  de su padre. Le buscaría y se casaría con él.
     Entonces ignoraba que aquél muchacho que tanto le atraía y ella, significaban la eterna diferencia entre ricos y  pobres, el norte y el sur, las orillas siempre opuestas. Y que no era por un capricho más de niña mimada, si no  la intensidad de  sus  grandes ojos castaños y la tristeza de su mirada, lo que le hizo tomar semejante decisión.
Pasó el tiempo y creció lo suficiente para hacer lo que quisiera con sus caprichos. Y quiso, casarse con un hombre rico, y todo lo de alrededor, gran casa, lujos, viajes…tiempo.
    Una mañana, como otras muchas, al mirarse en el espejo sintió que aquél día iba a ser diferente. Recordó que tenía que ir a la ciudad y  pronto vendrían a buscarla. Terminaba de arreglarse cuando se oyó el claxon de un coche, torció el gesto, odiaba que la llamaran como si fuera la salida de una fábrica; el chofer no debía ser el habitual.
    Bajó por la escalera con gracia, elegante y sencilla, no le gustaba hacer alarde de su posición, cuando nació además de todo, también heredó el buen gusto.
   -Buenos días señora, hoy sustituyo a Ramón.
   –Bien, bien- contestó, casi sin mirarle, mientras se dirigía  a la puerta del coche  que él se   apresuró a abrir, después  se sentó al volante y empezó a conducir  con rapidez  y seguridad.
   -¿Cómo se llama?
   -Lucas, señora.
   Para poder ver la cara de su interlocutor miró el espejo retrovisor, el chofer hizo lo mismo, los ojos se reconocieron y en aquél mismo momento se entabló una conversación sin palabras.
   -Te busqué pero el tiempo fue largo y te olvidé.
   -Yo no te olvidé,  pero seguimos  en los lados opuestos.
  Sus miradas ya no pudieron cambiar de dirección. El choque fue brutal, se habían empotrado en un camión.
   -El hombre está muerto, dijo alguien. Ella recibió la noticia en sueños, entre el ulular de las sirenas de las ambulancias.
   -Un día diferente… murmuró Amanda, antes de morir.

                                                           
  P. Merino

sábado, 20 de octubre de 2012

ALCALÁ, "CIUDAD ABIERTA"





Como todos los años y ya van veintiocho, Alcalá de Henares se prepara para la gran representación del Don Juan Tenorio. Con la particularidad de que se  representa en un gran escenario al aire libre. Un gran espacio dentro de las antiguas murallas, cerca del Palacio Arzobispal. Aunque la idea primera -y de hecho los primeros años así se hacía-, fue de manera itinerante, cada ubicación de la obra  tenía lugar en un escenario diferente, con lo que se podían recorrer los  edificios o sitios más emblemáticos y adecuados a la escena en cuestión, siempre dentro de la ciudad .
Con el tiempo se vio que aunque la idea era muy bonita y original, en la práctica resultó muy costosa y muy incómoda para los espectadores que no estuvieran dispuestos a ir de "yinkana" con las carreras añadidas para llegar los primeros al siguiente escenario.
Y hasta el año pasado como dije al principio se representa en un solo lugar. Cada año, el director y los protagonistas son diferentes, y por supuesto el montaje, que teniendo en cuenta lo conocida y popular que  es la obra suele ser lo más atractivo. Habiendo pasado por aquí como es de suponer muchos de los mejores.  La popularidad de la obra de Zorrilla,  provoca a veces, que el público recite a la vez que los actores las partes más conocidas, como en los conciertos cuando se corea la música. Y si estás entre el público resulta  igual de emocionante.
Veremos la sorpresas que nos guarda la versión de este año.



XXVIII  Edición  del Don Juan en Alcalá, según obra de José Zorrilla, en versión de Jorge Muñoz y Emilio Valle.

Cristóbal Suárez               Don Juan 
Sara Rivero                       Doña Inés

La ciudad de Alcalá de Henares espera a todos lo visitantes que quieran disfrutar de esta Fiesta de Interés Cultural Turístico  Regional.
Jueves 1 y viernes 2 de noviembre, 19:00 h.  La entrada es libre.


 P.  Merino.

jueves, 18 de octubre de 2012

PENSAMIENTOS ...


Siempre nos queda ir a los  pensamientos  grandes y profundos  para recuperar la fe en el ser humano, y en todos los seres vivos, como este conocido poema de Walt Whitman.


















Una hoja de hierba
Creo que una hoja de hierba, no es menos 
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.


Fragmento de  "Una hoja de hierba",  de Walt Whitman.

                               (Versión de León Felipe)

Dibujos míos.

sábado, 13 de octubre de 2012

Rebelión espiritual




           
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             Estaba sentada en el banco que había en el pasillo, con las manos metidas debajo de las nalgas, balanceando los pies de atrás hacia adelante con el ritmo del péndulo de un reloj. Aunque la miré de arriba  abajo mis ojos sólo veían su cara. Un escalofrío me subió por todo el cuerpo, porque a la vez que me era totalmente extraña algo le hacía íntima y familiar.
           -¡Hola!, qué haces aquí-  No me contestó, bajó la cabeza y empezó a mirarse los zapatos que entraban y salían por debajo del banco, como si el color  blanquísimo de sus calcetines le quisieran hipnotizar. Después vergonzosa, me miró y su mirada se fijó en la mía de tal modo, que yo pude colarme en su interior igual que si atravesara una puerta abierta de par en par.
            De golpe sentí que mis manos acariciaban los agujones de colores pinchados en el acerico, que llevaba  en el bolso del vestido, y recordé perfectamente que  se jugaba tapándolos   con montoncitos de tierra, y los ganaba el que conseguía destaparlos a base de golpear con una piedra. 
         En el otro bolso tenía más  tesoros; algunos botones todos diferentes,  que  se soltaron de su lugar y que yo recogía llena de alborozo. También  trozos de hilos de diferentes colores rescatados de alguna tela, a veces del propio vestido, y que me gustaba guardar como oro en paño para jugar a las “cunitas”. Se ataban los hilos unos con otros, se cogían  con las dos manos extendidas, después se entrelazaban con los dedos hasta formar algo parecido a una cuna,  que otras manos recogían cambiando la figura hasta que no había forma de seguir porque se enredaba todo.
            Empezó a molestarme la tirantez del pelo por el peinado de las trenzas; tiesas, brillantes,  sin un pelo fuera de su sitio,  y rematadas con lazos de seda blanca para tapar las gomas que servían de eterna sujeción. Sólo así resistirán hasta el final del día aunque corra, o se me enganchen en la cuerda al saltar  a la comba. Si  los pierdo,  no estrenaré otros hasta el domingo de Ramos y eso, si doy la lata lo suficiente.
            Hoy  vino la infancia a visitarme.

 P. Merino



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Niñez...

Estado de ignorancia que ayuda a ver las cosas diferentes,
y estar  dispuesto a ser feliz a cualquier hora,
correr sin temor ni cuidado por el barro,
 y a revolcarse  al bajar por la pendiente
cansado y exhausto al llegar a la pradera.

Creerse el rey de todo lo que sus ojos miran,
y con derecho a tocar hasta donde sus manos llegan.

Guardar con descuido en los bolsillos, 
los lazos caídos de las trenzas,
o las canicas de cristal ganadas en la última contienda.

Y al volver ya tarde a casa 
con la cara sucia  a cachos,
del  polvo de la calle y las lloreras,
esperar   impaciente y temeroso,
 la mirada atenta y sin reproches
de la  madre al ofrecerle la merienda.

                                                                  P. Merino.


miércoles, 26 de septiembre de 2012

Eterna Soledad

Habitación de hotel.  Edward Hooper.



Ella, estaba ya en el Palacio de Villahermosa, y aunque no lo parezca, recibió encantada a todos los demás  que salieron de la mente y las manos del mismo creador, y que  estaban por ahí desperdigados, cuando este verano vinieron a visitarla.  Les pusieron  a todos juntos para que pudieran saludarse,  familiarizarse, y conocerse sin perder la compostura.
El Señor Barón hace tiempo que se fijó en Ella, y la trajo aquí. Ahora ha de seguir el viaje con todos los demás, y no está muy convencida. Ya está el equipaje preparado sólo tendrá que ponerse el vestido y los zapatos y coger el sombrero. Mientras,  hace tiempo ojeando un folleto de viajes o algo parecido, antes de salir hacia París. 
Después Ella, volverá otra vez a palacio  por deseo expreso de la Señora Baronesa, dispuesta de nuevo para recibir a las visitas, y otra vez  por un tiempo indefinido  seguir disfrutando de su eterna soledad.

 P. Merino.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Tenía que volver

Foto:  P. Merino

                                               
            Volvía porque tenía que volver,  comprobar con sus propios ojos, si algo de lo que quedaba    coincidía con sus confusos y escasos recuerdos. Con el paso del tiempo empezó a sospechar que su mente le hizo trampas cambiando los datos en algún momento de su vida y no lo advirtió. Temía que nada de lo que recordaba tantas veces repetido en su mente como en una película, se pareciera a lo que iba a encontrar al final del viaje.
            Un poco antes de llegar se bajó del coche. Quería  reconocer,  por si acaso quedaban,  sensaciones, recuerdos  de algún paseo o alguna escapada que la transportara cuarenta años atrás en que esta carretera sólo era un camino pedregoso y polvoriento, y  cerca   las  eras,  por donde en tiempo de siega cabalgaban los trillos.
            El olor dulzón y empalagoso lo reconoció al instante,  los árboles  erguidos y elegantes, cimbreándose suavemente movidos por el viento eran los  dueños del penetrante perfume y de un nombre raro que no recordaba, y también los encargados de escoltar el río. El puente sí era el puente; de piedra, antiguo, y muy estrecho para los vehículos de cuatro ruedas,  incluso para un carro con paja, o de enseres; o de enseres y personas que viajan a la ciudad dando la espalda al pueblo que ella ahora se encontraba.
            Una vez plantada allí puso su cerebro a funcionar; nada más cruzar el puente estaría la calle empinada que se dirigía a la plaza, y siguiendo recto la calle  principal y más adelante la casona con la fachada de piedra y el portón de madera oscura con el arco de medio punto, y rastros de historia aún, según la abuela en tiempos pasados fue utilizada  por la Santa Inquisición.
            Entrando estaría el zaguán con el suelo de grandes y relucientes piedras  que daban la bienvenida, de frente la entrada al corral, a mano izquierda la cocina, a la derecha la puerta de entrada a la sala grande, enorme, donde los escasos   muebles, parecían diminutos, perdidos. La escalera  que subía a las habitaciones que entonces ocupaban sus padres y sus hermanas. Y el largo corredor de madera desde donde se veía el río, y  en una noche muy obscura  y ante la insistencia del padre, sus hermanas y ella vieron con toda claridad a los tres  caballos de los Reyes Magos, descansando en el corral.

            El río se dejaba mirar el lecho de piedras entre el agua clara y escasa, y que al pasar por allí era dócil y servicial. No lo pudo resistir,  se sentó en la orilla y metió los pies dentro del agua. Mientras miraba los pececillos culebrear entre las piedras, una voz lejana que no le sacó de su abstracción,  y que escuchó perfectamente, le hizo sonreír a la vez que asentía, como si la estuviera esperando.
 -¡María!, María, cuando vuelvas te estaré esperando en esta parte del camino.

             Era la segunda vez que no se atrevió a  pasar del río.

 P. Merino

martes, 4 de septiembre de 2012

No es por incordiar... es por entretener.


                                           
Perdónenme ustedes, pero es que últimamente estoy muy pesetera, y me cabreo, tengo que reconocer, por  detallitos insignificantes, por cosas tontas y sin importancia  que pasan en este maravilloso país. En las importantes prefiero no pensar.
Ya saben, con todas estos problemas  que nos tienen apabullados, preocupados, hartos, todos esos nombres técnicos que maneja todo el mundo,  el que sabe y el que no. Ya se habrán dado cuenta a lo que me  refiero, al estado de la  economía, A la “prima” esa y a toda la parentela, y cómo hacer que los ricos lo sean más  a costa de lo que sea.
Y eso del “rescate” a mí me recuerda más a las princesas encerradas en la torre del castillo, la  princesa Sigrid de mis tiempos, no esperó tanto a que la rescataran, pero es que el Capitán Trueno sólo se guiaba por ¡el amor!


Como les decía estoy muy sensible en lo que  al euro-peseta  se refiere, y en cuanto que oigo que se va arreglar algo, que no le veo mucho interés, la verdad, pues me pongo nerviosa a contar con los dedos (es una manía) y me pregunto ¡ESTO CUÁNTO VA A COSTAR! ¡ESTO QUIÉN LO VA A PAGAR!
Por ejemplo: “El Libro Códice Calixtino”,  que desapareció por arte de magia de un señor electricista  que pasaba por allí?  ¡No!, que casi, vivía allí. Se lo llevó por fastidiar  a sus dueños  pues vaya usted a saber por qué, a lo mejor hacía mucho tiempo que no le preguntaban por la familia. El asunto es que ahora después de  recuperarlo y con tanta emoción pues ¡hale!, a poner todos los medios habidos y por haber (que no le falte de ná)  para que esto no vuelva a ocurrir. Y aquí es donde me pongo nerviosa y a  contar con los dedos… y después las preguntitas:   ¿La Iglesia?, no creo, es pobre, y cuando alguien insinúa que en las  circunstancias en que se encuentra el país debían  de hacer por solidaridad cristiana  lo que todo el mundo hace   por obligación como:
                                                         ¡PAGAR EL I.B.I.!
Van y se ponen por las nubes, amenazando que se puede terminar el “Maná” de los necesitados. Horror.
Y mientras en el mundo de los humanos normales, pasa lo mismo todos los días, no cambia nada, mejor dicho sí cambia, porque según los voceros del gobierno y adláteres, esto  va a ir a peor.

Pues mientras, también me coge sensible lo del "Hecce Homo" de Borja. Lo ridículos que somos en este país y hacer de una tontada una noticia que ya ha recorrido el mundo. Tiene gracia la cosa si a esta pobre señora el trabajito de recuperación le hubiera quedado bien, lo mismo no le dan ni las gracias, pero como no ha sido así, hasta la heredera del  “artista” la pone a caldo, y si no es porque la cosa  hace gracia a la gente y el asunto toma otros derroteros, ya le iban a pedir un indemnización y todo. Ole.
No creo que el cura no lo supiera, al contrario le parecería estupendo porque gracias a la afición y a la fe de esta buena vecina les saldría gratis. Pero no, no le salió bien, y entonces se lía la de “Dios es Cristo (perdón, lo tenía a huevo).  Y se llama a los expertos-entendidos,  a quien haga falta, que tampoco falte de ná. Y sin tardanza se presentan allí con toda su impedimenta, todo lo necesario para hacer el milagro, (lo sigo teniendo a….) pero no voy a abusar.
Y después de investigar la gran obra de arte pifiada, declaran  risueños,  “no creemos que haya problemas para poder recuperarlo”. ¡Ah! Menos mal!, ¡que peso nos quitan de encima!  Pero eso ya no importa porque los vecinos quieren aprovechar el tirón  de la obra mamarracho, atrae a los visitantes y de paso compran lo típico de allí, y todo lo que sea negocio está por encima del buen nombre, del pueblo, del arte, y de la misma Iglesia, que para eso estamos en crisis
 Y para rizar el rizo ¿oigan, se pueden recuperar  las dos imágenes? La buena y la mala,  “se mirará, puede resultar dificultoso, y si no se puede, se recuperará la original”
Pero vamos a ver, digo yo, si tenía tanto valor (artístico, claro del otro ya sé que sí)  la imagen en cuestión, por qué no llamaron a un profesional desde el principio.  Yo lo que haría en la oscuridad de la noche, sería darle un manita de cal a la pared y aquí paz y después gloria. Total  de imágenes religiosas estamos sobrados.
Pero si se deciden a arreglarlo: ¡ESTO CUÁNTO VA A COSTAR!, ¡ESTO QUIÉN LO VA A  PAGAR! Y empiezo a contar con los dedos.

Imágenes Internet.

Lo siento, yo no doy pá más


P. Merino